¿Ha salido rana el conferenciante? Echa la culpa al organizador

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Es un tópico trillado que más personas tengan miedo a hablar en público que a las alturas, a las arañas o al calentamiento global. Los estudios lo siguen demostrando, aunque es difícil creer que no haya cosas bastante más terroríficas por las que tener un episodio fóbico.

Como persona adícta al parloteo en público, nunca he comprendido este miedo en particular. Hasta ahora, quiero decir. Hoy en día, no es el público quien hace que me suden las manos, se me encoja el estómago y se me reseque la garganta, sino los organizadores.

Solía haber un refrán en el ejército: “No existen los malos soldados, sólo los malos oficiales”. Empiezo a preguntarme si ese tópico tiene su eco en el sector de congresos y reuniones: “No existen los malos conferenciantes, sólo los malos organizadores”. Se puede argüir que cualquier organizador que permita que un ponente mediocre suba a la tarima no está haciendo su trabajo o, si un conferenciante experimentado no logra mantener la atención del público, o bien es una mala elección (lo cual es culpa del organizador), o no ha sido debidamente informado (ídem).

Todos hemos oído historias de terror sobre conferenciantes, cuyas intervenciones fueron programadas para después de la cena, a los que el incóhol se les había vuelto alcoherentes; de humoristas que fueron racistas, sexistas o simplemente demasiado como Joan Rivers; de presentadores condescendientes o conferenciantes intimidantes. Pero ¿es justo echarles la culpa? En su lugar quizá debamos vilipendiar a los que les contrataron.

Puesto que hago mi trabajo más por diversión que por dinero, me encuentro todavía en la segunda división de los conferenciantes, pero después de haber presentado alrededor de 200 ponencias en los últimos años, sé perfectamente lo que no se debe hacer con un conferenciante.

Así que, vosotros los organizadores, he aquí cómo aseguraros de que tu conferenciante de honor realice penosamente su cometido.

  • No te molestes en preguntarle al conferenciante por ciertos detalles, tales como ponencias anteriores, biografías personales o cómo pronunciar su nombre.
  • Da por sentado que ha oído hablar de tu organización y su labor.
  • Omite preguntarle sobre sus emolumentos o gastos para que todo el mundo pase vergüenza después.
  • Supón que todos los conferenciantes utilizarán los mismos medios audiovisuales.
  • Puesto que los conferenciantes no figuran en ninguna lista de delegados, no les envíes instrucciones administrativas.
  • Deja que el conferenciante adivine cuántas personas asistirán a sus sesiones y quiénes serán. (Así su metedura de pata será mucho más divertida.)
  • Cuando llegue al lugar de celebración, infórmale que es uno de los invitados estrella de la cena de gala (“No se preocupe; un traje de calle servirá”).
  • Deja que los conferenciantes descubran por sí solos que serán evaluados.
  • Supón que los conferenciantes profesionales no necesitan ensayar.
  • Cambia el orden de la sesiones en el último momento (lo que consigue hábilmente que a los conferenciantes se les fluya la adrenalina en dirección contraria).
  • Ignora al conferenciante hasta 10 minutos antes de su presentación, y entonces bombardéale con instrucciones.
  • Sorprende al conferenciante con una presentación ingeniosa (y preferiblemente imprecisa). (Una vez, en la cena de unos banqueros, me presentaron de la siguiente forma: “Y ahora para entretenerles, les presento a Tony Carey”. Desafortunadamente, nadie me había informado que el entretenimiento corría por mí cuenta.)
  • Justo antes de que suba a la tarima, dile al conferenciante que ha venido la prensa.
  • Deja que los conferenciantes descubran por sí solos que van a aparecer justo después del presidente de los Estados Unidos u Oprah Winfrey

A lo largo de los años, unos supuestos organizadores me han hecho sufrir todo lo arriba expuesto, pero lo que ha quedado grabado en mi memoria es una conferencia en Hawai, donde iba a dirigir un seminario de 90 minutos de duración justo después del almuerzo del primer día. Setenta y cinco personas se habían inscrito para asistir a mi sesión, así que la adrenalina compensó el desfase de horario producido por haber cruzado 12 husos horarios. Tres cuartos de hora tarde, 23 delegados reventados eligieron asistir a mi seminario en lugar de dormir una siesta posprandial en la playa bordeada de palmeras que estaba justo al lado. Podría haberles abrazado. Nunca he tenido que realizar una presentación ante una competencia tan feroz; ni condensar mi material tan drásticamente. No fue mi mejor día.

Pero no existe tal cosa como un viaje gratis a Maui, así que no me quejo; sólo pretendo contar la experiencia.

Afirmo que los organizadores obtienen su merecido porque los conferenciantes suelen estar mal informados y mal atendidos, a no ser que sean VIPs.

Por poner un ejemplo, es difícil realizar una presentación virtuosa cuando te han presentado de la siguiente forma: “… pero primero, antes de relajarnos y pasárnoslo bien, les presento a Tommy Carey para que les diga unas palabras”.

TONY CAREY, CMP, CMM, es escritor premiado y ex miembro de Junta Directiva de MPI International. Para contactar con él envíele un correo electrónico a tonycarey@psilink.co.je o visite su sitio web www.tonycarey.info.

Publicado
06/10/2008